lunedì 28 maggio 2007

El reto de Al Qaeda en la reconstrucción libanesa

Cuando los cohetes lanzados desde territorio libanés aterrizan en el norte de Israel, la tendencia es señalar hacia la guerrilla chiíta de Hezbollah o hacia los grupos palestinos con bases en Líbano y fieles a Damasco, como el Frente Popular por la Liberación de Palestina liderado por Ahmad Jibril. Los nueves cohetes caídos a finales de 2005 en la ciudad israelí de Kiryat Shmona, sancionaron definitivamente la presencia de un nuevo actor en territorio libanés. Desmentida la autoría de Hezbollah o de los grupos palestinos fieles a Siria, la reivindicación directa realizada por el ya difunto Abu Musab Al Zarqawi confirmaba la presencia de células salafistas en la órbita de Al Qaeda firmemente implantadas en el Líbano.

La noticia circuló entre medios de comunicación y analistas, en medio de una indiferencia general, seguida por algunas encarcelaciones y coincidiendo con momentos álgidos del caos político libanés, consecuencia de la salida de Siria del país de los cedros en la primavera de 2005 y la consiguiente batalla para acaparar su predominio interno. Las breves noticias referentes a la actividad qaedista en Líbano en los últimos años han aparecido siempre ligadas, mas que con la cuestión propiamente palestina, con la de los campos de refugiados palestinos, diseminados por todo el territorio libanés. Territorios convertidos en zona franca, donde el ejercito nacional libanés no tiene autorización para entrar a causa los antiguos acuerdos de Cairo de 1969, que reconocían una cierta autonomía palestina en territorio libanés. Asbat Al Ansar, Jund Al Sham y, de momento, el ultimo, Fatah Al Islam, son los nombres de estos grupos radicales suníes de inspiración salafista. Ain el Helue, en la periferia de Sidón, y Nahr El Bared, unos kilómetros al norte de Trípoli, son los campos palestinos en los que dichos grupos se mueven más activamente. El vínculo entre ellos y la cuestión palestina pasa, más que por cuestiones ideológicas, por la pobreza, la aparente anarquía y la ausencia de futuro para los que viven casi “encarcelados” entre los cuatros muros de estos campos de refugiados. Un caldo de cultivo perfecto para el reclutamiento y el adoctrinamiento de jóvenes sin esperanzas. Novicios indoctrinados que también partieron hacia Iraq, para combatir en la guerra santa contra el invasor americano. Un ambiente propicio y receptivo a las predicas salafistas, como pueden serlo los misérrimos suburbios de Casablanca, Tánger y otras grandes ciudades del mundo árabe.

También en el caso de la situación actual en el campo de Nahr El Bared, resulta más apropiado hablar de grupos relacionados con Al Qaeda, que no de palestinos, aunque en sus filas puedan aparecer tanto palestinos como milicianos de otras nacionalidades árabes, que las ultimas crónicas señalan como mayoritarios. Aquello que ambos comparten, refugiados y “yihadistas”, son estas “islas felices” sin leyes, donde los primeros viven en la pobreza cotidiana y los otros pueden cosechar un fácil consenso y captar nuevos reclutas entre los “condenados de la tierra” libanesa.
Una situación novedosa que no se limita únicamente al Líbano, sino que también asoma en aquellos Territorios Palestinos hasta hace pocos meses aparentemente inmunizados ante la amenaza de estos grupos. Organizaciones radicales salafistas nacidas entre los palestinos, especialmente en la franja de Gaza tras la retirada israelí, y que actualmente reivindican el secuestro del corresponsal de la cadena británica BBC Alan Johnston. Una perspectiva alarmante, que también se esfuerzan por gestionar las facciones palestinas de Fatah, Hamas y la Jihad Islámica.

La presencia masiva en el Líbano, a finales de los sesenta, de refugiados y fedayin palestinos, gozaba del respaldo de las fuerzas progresistas y nacionalistas del Movimiento Nacional Libanés, y fue una de las fuentes de inestabilidad del sistema que llevó a la larga y sangrienta guerra civil iniciada en 1975.

A diferencia de lo sucedido hace ya cuarenta años, ninguno de los dos bloques que ahora se disputan el predominio interno sobre la critica situación política libanesa, se identifica estrictamente con la causa palestina, ni ofrece un apoyo directo a los palestinos libaneses, ni tan siquiera los grupos salafistas. Por un lado, el bloque de la oposición, mayoritariamente chiíta y con el apoyo del líder cristiano Aoun, mira con sospecha a los palestinos, suníes en su práctica totalidad, temiendo la tan anunciada exportación de la guerra sectaria desde escenarios iraquíes hasta las costas libanesas. Al otro lado, en las heterogéneas filas de las fuerzas gubernamentales, que reúnen especialmente a suníes, drusos y cristianos, se encuentran tanto las fuerzas cristianas que se mancharon de sangre con las masacres en los campos palestinos de Sabra y Chatila en 1982, como los suníes de Hariri, respaldados por la Arabia Saudita aliada de los americanos en el polvorín medioriental.

Con la salida del país del “arbitro” sirio en el abril de 2005 y el consecuente vacío de poder que se ha ido formando, el Líbano se encuentra actualmente en medio de una situación que podría llevarlo a la explosión de su sistema confesional o la remodelación del mismo, y una lucha por el poder entre dos bloques que encontrará su punto álgido en la elección del Presidente de la República, prevista para septiembre. Una elección que, muy probablemente, permitirá conocer que dirección escogerá el Líbano de los próximos años.

En el fondo queda la eterna cuestión palestina, para la que el, ya de por si frágil, estado libanés, no dispone de medios de resolución, y tiene únicamente que estar a la expectativa por un acuerdo colectivo entre los actores regionales y internacionales involucrados. Los frentes abiertos van multiplicándose vertiginosamente en el escenario libanés. Por un lado, en el sur del país patrullado por las tropas del contingente internacional del UNIFIL, nos encontramos con la actuación de las milicias de Hezbollah, el tráfico de armas y sospechosos movimientos israelíes en la frontera. En la capital Beirut, con la oposición acampada en el centro de la ciudad desde hace casi seis meses, permanecen vigentes fuertes sentimientos sectarios que dividen a los dos bloques, como atestiguan los más de veinte muertos señalados en todo el país desde el pasado diciembre. Y el norte completando la situación de caos, donde la cuestión palestina se mezcla ahora a la del salafismo y la presencia masiva de armas fuera del control del estado.

Es difícil de prever si los libaneses encontrarán la solución para salir de esta complicada madeja dentro de sus propios confines o si bien, y como marca la desdichada costumbre histórica, seguirán dirigiéndose hacia los siempre ambiguos e interesados agentes externos.